} Congregación Hijas de la Divina Providencia

 

 

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Las obras prosiguen y hay un período de calma en la vida comunitaria y en el trabajo, que sigue con su ritmo constante, empeñando las fuerzas, el tesón, de cada hermana en el que hacer que le ha sido asignado.

Además del trabajo educativo, algunas hermanas empiezan a participar en jornadas misioneras, como la que en este período se desarrolla en la Diócesis de la Serena.

Y este trabajo misionero, no terminó con los diez días programados: Nuestra hermanas habían llegado hasta el lejano pueblito de “Agua Amarilla”, entre la Cordillera:

Allí siguió el trabajo. Mes a mes la hermana Ana, que allí había misionado, de acuerdo con los pobladores, empezaron a levantar una capilla para dedicarla a la Madre de la Divina Providencia.

Con el empeño y la perseverancia como de laboriosas hormigas, la capilla se levantó.

Todo estaba listo, las invitación enviadas, el Sr. Arzobispo, Monseñor Francisco Fresno, estaba invitado para la bendición y representantes de las hermanas de cada comunidad, se congregaron en La Serena, para participar a la inauguración de dicha Capilla.

Por la mañana del 12 de Septiembre de 1982, dos furgones con nueve religiosas y algunos profesores, parten hacia Agua Amarilla para preparar todo para la llegada del Sr. Arzobispo que vendría por la tarde a inaugurar la Capilla. Gran fiesta y gran expectativa en todo el pueblo.

La obra se había hecho en homenaje a los 150 años de fundación del Instituto. Pero...

! Dios mío! que nos tiene preparado!

 

Un auto va adelante y sigue su viaje. Más, el otro ¿por qué se atrasa, no se ve llegar? La Providencia de Dios, decimos así, esperaba a nuestras hermanas en el camino.

Un “alto” trágico la esperaba. El auto se desbanda, se da vuelta y cae de campana en un vacío.

La muerte se lleva a cuatro hermanas, mientras las otras cuatro quedan al suelo heridas, en espera de ayuda que en modo providencial estaba detrás de ellas; un taxi que las seguía. La gente baja, y entre ellas estaba un médico del hospital de Ovalle, que de inmediato presta su servicio y ordena el rápido traslado al hospital de las heridas y también de las fallecidas,

Iban a la culminación de una obra buena; el Instituto ofrecía una capilla que en este lugar faltaba. La fiesta se cambió en luto, con una consecuencia trágica para todas nosotras-

El primer interrogante de todas fue: ¿Por qué? Virgen María, era una capilla en tu honor, ¿Por qué permitiste esta desgracia? Poco a poco los ¿por qué? se invirtieron contra nosotras.

¿Señor, que quiere decirnos? Este signo doloroso nos interpela, nos hace mirar adentro de nosotras mismas. ¿Como estamos viviendo? Como a San Francisco nos llega tu voz: “Restaura mi Iglesia” ¿Cual Iglesia, Señor? Cada una de nosotras en un templo vivo donde tu habita como Trinidad. ¿Que no te gusta, Señor? En este templo están entrando costumbres un poco mundanas, tal vez hay relajación de la vida religiosa. Estamos orgullosa de ofrecerte algo material, y tu nos estas pidiendo una vida más humilde, más sacrificada con una oración más sincera.

 

¿Que qué Señor?

Cada una se cierra en su silencio, no quiere o no puede hablar de lo ocurrido, analizarlo en común a la luz de Dios, analizar nuestro modo de vivir y de actuar.

Este silencio nos ata, nos ahoga, y mata nuestras energías, nuestros deseos de mirarnos y de mirar más alto...

Es como la noche oscura, que Dios permite para purificar el alma, acercarla a El en el dolor para que, una vez, atravesada la noche, el sol se vea más brillante, el alma se sienta más reforzada, el amor purificado y retomar con humildad, con confianza el camino que nos pareció cortado en un caminar a ciega y a tientas.

Necesitábamos una mano amiga que nos ayudara a salir de nosotras mismas, a mirar el hecho en sí y analizarlo y aceptarlo de la Mano Providente de Dios, aunque no lo comprendíamos.

La Madre general Sor Maria Alessandrina Lauri, nos envió al Padre Amedeo Cencini che con su sabiduría, su paciencia y bondad, supo ayudarnos a salir de nuestro aislamiento, mirar el hecho de frente y tomarlo como permisión de Dios y también como falla humana.

 

La oscuridad se fue disipando,

pero pidió de nuevo su precio, y esta vez no de vidas humanas sino que de salida de la congregación de otras hermanas que no quisieron abrir los ojos frente al hecho ya consumido y su ceguera las llevó a la salida del Instituto. Pero Dios nunca abandona, como dice el Padre Manini a Madre Elena en su carta (Vercelli 1847)... A quien lo sirve y trabaja para el prójimo, es verdadero siervo de Jesucristo, verdadero hijo de Dios... Quien se entrega en sus manos no puede fallecer. Es imposible que suceda lo contrario de cuanto Dios ha prometido. Dónanos, ¡OH Dios!, por medio de Jesucristo, la fe, la confianza, para que cuando nos visites para probarnos estemos preparadas.

Y en otra carta escrita desde Venecia en 1854, le dice: “Adelante, entonces, con valentía, con confianza, con abandono, con perseverancia, si el trabajo es mucho, el premio es grande, y si falta el sufrimiento, no faltará la ayuda, el provecho, el mérito y el premio.

Y este premio no se hizo esperar mucho: Nuevas vocaciones florecieron y en 1994 ocho jóvenes estaban con nosotras, tanto que la Madre general, Sor Maria Damiana Di Lauro, hizo venir desde México al Padre Alfonso Carmona, conocido por la Madre Carmen Perri, experto en vocaciones religiosas, para afirmar y discernir la vocación de las jóvenes, y de estas, cinco fueron al Noviciado en Italia.

Ahora, después de mas o menos vente años del accidente que nos atemorizó y nos hizo reflexionar sobre nosotras mismas, vemos con agrado lo que San Pablo en la carta a los Hebreos (12,6-8) dice: “Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni desfallezcas cuando él te reprenda. Pues a quien ama, corrige el Señor; y azota a todo aquel de quien cuida como a hijo... Dios se comporta con vosotros como con sus hijos: porque ¿que hijo hay a quien su padre no corrige? Si os quedáis sin corrección, en lo que a todos cabe su parte, es que no sois hijos, sois bastardos.

 




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